Guerra y Paz

En la torpe pero inquieta imaginación del escritor las palabras se van armando en un ejército virulento de orden aparentemente trivial que, sin embargo, resulta ser mucho más organizado y amenazador si se paladea con atención.

Toma el metal y decide enfrentarse a ellas en solitario -¿acaso puede contar con alguien más en tan ingrata labor?-. No puede acabar con ellas sin poner en riesgo su propia vida y Dios sabe cuántas cosas más, pero quizás si alejar su asedio, repeler el ataque.

Una a una las expulsa hasta quedar exhausto él y agotada la munición, aun dudando si ha conseguido una pírrica victoria o tan solo arrancado una tregua.
Ya no le parecen, no obstante, tan peligrosas aunque no puede dejar de compadecerse de aquellos que no sean capaces de luchar contra ellas si les asedian ahora que él las ha liberado.

Piensa que tal vez debiera rezar algo por esa gente; más importante aún, también comprar tinta. Nunca se sabe cuándo pueden volver y, al fin y al cabo, él no deja de ser un mercenario.