‘Promesa’ y ‘En los días de lluvia’

Ya que los voy recopilando todos aquí, estos son los dos relatos con que participé en el concurso de El Comercio. El primero a vuelapluma, el segundo era uno de los que me gustaban de los últimos meses.

PROMESA ETERNA

Ana ha salido por la puerta de atrás al jardín, seguramente a fumar un cigarrillo. Es la razón por la que con más frecuencia visita las plantas, aunque a veces lo haga sin tabaco para detenerse en conversar con ellas, como si tuviera la certeza de que a los rosales y la lavanda las molesta el humo penetrante de su particular fotosíntesis.
Dice que la relaja, pero siempre que sale al jardín a fumar la veo pasearse nerviosa de un lado a otro repiqueteando con el cigarrillo para dejar volar la ceniza hacia alguna parte, lo consume rápidamente y luego regresa tras apagar la colilla en un pequeño cenicero con forma de televisor que hay al otro lado de la puerta corredera.
Hoy, sin embargo, puedo ver que algo la preocupa. Tarda en prenderlo, juguetea con el mechero en una mano y el tabaco en la otra. Camina en círculos, se lleva dos manos a la cara y parece llorar. Luego arroja el encendedor y el pitillo con fuerza hacia lo lejos y regresa dentro.

Se sienta a mi lado, me acaricia la cabeza y solloza. “Lo siento, te prometí que nunca habría otro hombre. Entenderé que me odies si quieres”. Podría levantarme de un salto, salir corriendo y no volver jamás, pero miro fijamente a sus ojos mientras pasa sus dedos entre mi pelo como ha hecho tantas veces y allí me quedo, a su lado hecho una bola, ronroneando.

EN LOS DÍAS DE LLUVIA

En los días de lluvia, Pilar salía a pasear por la calle. Sin paraguas. Sin chubasquero siquiera.
Podías verla con los vaqueros empapados y su pelo largo y rizado chorreando por su espalda y por su cara con las gotas resbalándole entre las pecas, cantando bajo la lluvia.

En los días soleados Pedro dibujaba una sonrisa, y salía a silbar melodías inventadas al compas de sus pasos con el brillo de la luz solar reflejándose en sus inmensos ojos marrones.

El día que se encontraron, Pedro silbaba una melodía melancólica y Pilar cantaba una vieja letra que tal vez había escuchado mucho tiempo atrás.
Concentrados en su música, fueron posiblemente las dos únicas personas del mundo que no vieron el arco iris más vivo y espectacular de todos los tiempos. Estaban demasiado cerca.