Relato: Selectiva

Sentado en el coche, aparcado en una calle vacía, a medianoche, me sobrevino un pensamiento fugaz acerca del tamaño de las cosas.
No soy capaz de recordar el razonamiento con detalle -desapareció más rápido que vino, como si hubiera sido más una ráfaga de alguna mente brillante que entrara por error en la mía durante un instante-, tan solo la temática y la sensación de que aquella idea era tan profundamente verdadera, de tal precisión que el miedo de aceptar el nuevo paradigma era eclipsado y superado por la certeza de comprenderlo.

Puedo reproducir con total precisión cada detalle de aquel instante; el tono anaranjado -propio de las noches urbanas-, el tacto de la piel del volante del coche, el olor del agua caída sobre el asfalto y sobre la vegetación que resistía en el pequeño parquecito de mi derecha.

Recuerdo la melodía hipnótica de la canción que sonaba en la radio, la textura grave y el tono entre desganado y sosegante de la voz del locutor que me la descubrió. También el andar orgulloso de un gato que cruzó en ese momento la calzada y se perdió tras un coche negro rumbo al parque.
Cada uno de esos detalles que atravesaban mis sentidos en ese instante permanece indeleble y vívido, como una secuencia que pudiera explorar una y otra vez.

Todos, excepto la idea que los fijó. A veces creo que nunca existió, y que aquella sensación de haberlo entendido todo solo fue una trampa para obligarme a recordar todo lo demás.