Recuerdos sin borrar

Sonó el timbre y una incómoda sensación de desazón le recorrió el cuerpo. Recordó aquella otra vez que había sonado el timbre y todo lo que ocurrió a continuación. Recordó aquel rostro duro, impenetrable, aquella mirada fría coronada por dos cejas que apuntaban con más violencia que el arma que blandía en sus manos y que, si no fuese porque por la forma en que la sostenía parecía pesar demasiado, bien podría haber supuesto que era una réplica de juguete.

Desde entonces había vivido con aquel recuerdo grabado en su mente, percutiendo entre sus ocupaciones mientras preparaba el desayuno y cuando jugaba con su hijo a construir castillos de naipes con una baraja inglesa donde el comodín era un risueño personaje amarillo con bermudas y corbata.

Cada día le resultaba más difícil cumplir con sus obligaciones; había pensado en recurrir a la ayuda de un psiquiatra y se había terminado convenciendo de que no podría ayudarle, ni siquiera entenderlo. Ya nunca podría olvidar aquel rostro desquiciado observando la muerte, salpicado de sangre, desde el umbral de la puerta que se acababa de abrir.

Silencio absoluto al otro lado. Torturado por el recuerdo, volvió a tocar el timbre. Solo deseaba que nunca más hubiese al otro lado del pasillo un espejo como el que aquel día le había mostrado su verdadera cara.