Relato: Vagones paralelos

Todas las mañanas cogía el mismo tren para ir a trabajar. Me subía al segundo vagón y ocupaba el asiento de la parte derecha de la cuarta fila, el único individual en todo el vagón. Conectaba la música y me perdía en mis pensamientos, que eran la única variación que distinguía la asombrosamente predecible rutina de uno a otro día.

El convoy se ponía en marcha puntual, se detenía en dos estaciones siempre durante el mismo tiempo y en el minuto once de trayecto cruzaba un tunel, se encendían varias luces adicionales, y llegaba la mitad exacta del viaje. Entonces nos cruzábamos con otro tren igual que hacía el recorrido inverso. Sentada en el asiento de la cuarta fila del segundo vagón viajaba siempre ella, con la mirada perdida y unos auriculares puestos. Mientras los demás instantes repetidos a diario componían una especie de tranquilizadora cotidianeidad, la proximidad de aquel encuentro fugaz y preciso de cada día desencadenaba una sensación de nerviosismo que mutaba en paz al confirmar que ella no había faltado a aquella cita no escrita y me miraba desde el fondo de aquellos ojos que apenas daba tiempo a intuir.

El primer día de mis vacaciones, a la hora exacta en que el tren cruzaba el túnel y se encendían las luces, una punzada de vacío y desazón me juzgaron por no comparecer al encuentro y entonces me dí cuenta de cuán importante se había convertido para mi.

Así que al día siguiente crucé la ciudad y, a la hora de siempre en la estación que habitualmente era mi destino, me subí al segundo vagón de aquel tren idéntico al que normalmente me llevaba en sentido inverso. Todos los asientos estaban ocupados, excepto el suyo. No estaba allí. Abatido, me senté en aquel asiento de la cuarta fila del segundo vagón. Una incómoda sensación me invadía en aquel entorno donde todo era a un tiempo familiar y extraño. A mi alrededor, otros pasajeros dormitaban, leían o charlaban en su rutina ajenos a mi desconcierto. Las señales y las estaciones se acercaban en sentido contrario y entonces fantaseé con que el tiempo también viajaba hacia atrás y me perdí pensando en las consecuencias de aquello. En el minuto once se encendieron las luces y cruzamos al tren que llevaba mi rutina y sentido habituales. En el asiento de la cuarta fila del segundo vagón la pude ver. Me pegué al cristal con los ojos abiertos como un niño curioso y se me escapó una sonrisa, creo que ella hizo lo mismo.