Microrrelato: Convalecencia

El doctor ha dicho que le dejemos tranquilo. Me parece que no sabe si realmente se ha curado y cree que si piensa demasiado en su enfermedad tal vez ésta regrese con más virulencia.

Hace días que comenzó a comer pequeñas cantidades de alimentos ligeros, y sus ojos parecen vivos de nuevo aunque no hayan recuperado el brillo y la energía normales. Ayer tomó mi mano y la apretó, no con mucha fuerza pero sí con lo que parecía ser una forma de decir “quiero salir de esta, y tal vez necesite tu ayuda”.
Quizás para cuando la primavera comience a florecer esté listo para salir a pasear, ser deslumbrado por el sol que no ha visto en una larga temporada y escuchar voces desconocidas alrededor contar -o callar- sus propias historias de decepción. Ya no falta tanto.

Observarle se ha convertido en mi rutina, y acariciar su cabeza en un bálsamo. La sonrisa que alguna vez me ha dedicado al despertarse en un motivo para permanecer atenta a semejante recompensa. Paso todo el tiempo posible aquí sentada, y aunque he descuidado el trabajo no me importa.

El doctor dice que necesita reposo, y yo sé que también necesita ilusión. Lo supe nada más que le vi entrar a esta habitación de hospital solo y con la marca de otras heridas peores, las invisibles.

Me quedaré aquí hasta que le den el alta y después nos iremos juntos a seguir sanando. No me importa lo largo que sea este turno, sé que vale la pena.