Tiempo de nostalgia

Desearía haber  sido un comerciante del siglo XVII, en una ciudad como Amberes.  No se me escapan los inconvenientes de aquella época, desde luego, si bien los termino relegando cuando imagino la bulliciosa actividad en torno al Escalda, donde se mezclarían los tratantes de especias y de tapices, los pescados con el floreciente mercado de diamantes en esas mañanas frías en que el sol se abre paso entre la niebla.

En su lugar, aquí me teneis, mirando en soledad a través del cristal. Viendo pasar personas sin rostro por la calle, con las luces de colores que anuncian la Navidad apuntando a sus cabezas, reflejadas en el suelo mojado a modo de segundo intento de alcanzar las pupilas con su artificioso mensaje de prosperidad.

Siento nostalgia de otros tiempos, es cierto. Y quién no. Quizás necesite compartirla con alguien. Al próximo transeunte que traspase el umbral de mi puerta le pondré en las manos esta piedra perfectamente pulida y le pediré solo que admire su belleza y perfección.  Los tiempos no acompañan para vender diamantes pero, ¿por qué privarse de su contemplación?.

Después, cambiaré diligente la pila a su reloj. Y todos, o casi todos, llegaremos puntuales a la Nochebuena. O al fin del mundo, lo que antes ocurra.