Relato: “Fernando Dorado”

Ya ni recordaba haber escrito este breve relato -debe tener unos 10 añitos- que apareció hoy por ahí recogiendo el escritorio.

Fernando Dorado

Fernando, como otros tantos, era un hombre peculiar. Desde pequeño tenía una desmedida afición a la lectura. Su habitación se había ido llenando desde los cuatro años de libros y más libros y, cuando a los veinticinco años su trabajo como crítico literario de un periódico le permitió independizarse, reservó un cuarto entero para sus libros, que pronto se llenó por completo de forma que los libros se apilaban unos encima de otros incluso después de que Fernando hubiese añadido varias estanterías que hacían casi imposible transitar por la habitación.

Todos y cada uno de sus libros tenían una característica en común: les faltaban las cinco últimas páginas, que él mismo les había arrancado nada más comprarlos o recibirlos del periódico. Fernando siempre decía que los finales de los libros no valían la pena, lo único importante era la historia que contaban, la idea. Según él, el final no era más que un recurso del autor para terminar de escribirlo cuando ya se había cansado de dedicarse a ese libro.
Por eso, cada vez que en sus manos caía uno nuevo, lo primero que hacía era arrancar las últimas cinco páginas y prenderles fuego. Así, cuando lo leía, no tenía que preocuparse por si el final suponía una decepción, sino que él mismo se construía un final a su medida.

Fernando Dorado se quedó soltero. Estaba muy delgado porque en los libros casi nunca se comía, lo único que él devoraba era páginas y más páginas, y el papel nunca tuvo buenas cualidades nutritivas. Pero era un hombre feliz porque las historias siempre terminaban como él quería, era el dueño de todas las historias menos de la suya.

Nunca comprendió que era su historia la que estaba quedando incompleta, y solo cuando cumplió los noventa y quiso morirse se dio cuenta que a su vida le faltaban las cinco últimas páginas, pero él no podía escribirlas.