Domingos de sol y melancolía

En los días despejados de febrero, las noches son frías y las mañanas espléndidas. La gente se agolpa en el Fontán, casi hasta impedir caminar. Unos bucean entre libros y discos viejos (sostengo en mis manos el vinilo de ‘Joyride’, de Roxette, mientras pienso que ese disco ya tiene 20 años y valoro si ha sido buena idea salir de casa sin dinero…), otros se agolpan en torno a la ropa y calzado, unos pocos compran flores y algunos miran antigüedades.

También la biblioteca está a rebosar de vida los domingos por la mañana. En la sala de prensa, varias personas hacen cola para leer el periódico, aunque hay alguno que no se toma muy en serio lo de apagar -o al menos dejar en silencio- el móvil dentro del templo del conocimiento.

Un poco más allá, la plaza rebosa vida también, los niños juegan a la pelota. Aun juegan a la pelota los niños. Otros echan carreras con su patinete o sus bicis. Aun corren en patinete los críos.

Y sin embargo, llegará la tarde y la ciudad volverá a estar de nuevo muerta. Las calles desiertas, tal vez alguna persona en los cafés que estén abiertos. ¿Estarán todos en el futbol, o aletargados esperando un lunes más?

Como canta Pablo Moro, “qué tristes son en Oviedo las tardes del domingo”.