Fragmentos (B.6)

[…]a un lado y otro de esa puerta?”.

Lo que Alejandro quería enseñarme en su estudio eran unas imágenes que colgaban tras la enorme mesa en un tablero de corcho situado en la pared que mediaba con la cocina. Allí había unas cuantas, todas ellas eran paisajes y todos con una belleza atrayente. Llamaron mi atención dos en las que la luz, el agua y la superficie representaban un equilibrio sorprendente.

Meandros
En la primera los meandros de un río que discurría tranquilo a lo largo de unos cañones se llenaban de luces y sombras, más oscuras las que procedían de otras montañas que se imaginaban detrás nuestro y tenues las que procedían de las nubes blancas que se desperdigaban sobre un cielo que redefinía el color azul arrancando en un tono contundente, casi frío, que se iba clareando cuanto más cerca del horizonte. El color de la tierra no era parduzco o rojizo como en otras imágenes que había visto con frecuencia de cañones parecidos, sino de un marrón oscuro similar al de la arcilla húmeda regado con el verde de un musgo que escalaba las paredes de los barrancos y las lomas.
Había tenido la oportunidad de contemplar muchas de las fotografías de Alejandro en algunas de las publicaciones en las que colaboraba, pero estaba seguro que nunca había visto ninguna de ese lugar. No hizo falta que preguntase, porque el propio Alejandro me dio la respuesta, una de esas que a priori resultan un tanto desconcertantes: “ese sitio no existe”.
– Ese sitio no existe…- repetí intentando alcanzar el sentido de la frase que acaba de pasar volando por mi lado.
– No. Ni ese, ni esos otros –se refería a una imagen nocturna de un lago en cuyo agua se reflejaba una luminosa luna llena, y a otra de un desierto-. Ninguno de esos lugares existe en realidad.

Lago

Se inclinó entonces sobre el ordenador y agitó el ratón para resucitar del sueño al gigantesco monitor. En él apareció una panorámica incompleta desde la desembocadura de un río. A medida que la imagen se iba adentrando hacia tierra emergían montañas cada vez más altas, formando una cordillera captada a contraluz del sol que se perdía en un horizonte tan lejano que se apreciaba sin duda la redondez de la tierra. Algunas partes de la escena eran polígonos negros que se iban desvelando poco a poco manifestando lo que había tras ellos: primero el negro mostraba un trozo azul de cielo, que luego cubría la esquina de una nube para luego ser ocultada por la cumbre de una montaña. Poco a poco fueron desapareciendo todos los huecos en la escena hasta que todo aquel paisaje quedó completo. Entonces, el ordenador emitió un pitido y Alejandro preguntó, señalando aquel lugar, “el otro día soñé con este sitio, ¿crees que es real?