Saul Peurat

La fama de Saul Peurat como escritor nunca fue nada destacable, como tampoco su producción literaria compuesta por dos breves novelas y una recopilación de relatos cortos en que sí había algunos ciertamente apreciables. También un poemario que Saúl se empeñó en ocultar con todas las fuerzas y artimañas de que pudo disponer.

Aun así, con su desaparición, un avispado editor terminó haciéndose con aquellas páginas. Sus poco más de seiscientos versos encontraron acomodo en los estantes de las librerías al calor de la leyenda negra que comenzó a tejerse en torno a la historia de Saul.  Una historia con el crecimiento desordenado, plagado de insinuaciones y suposiciones, esperable de la ausencia de una verdad oficial, pero una historia más entre tantas, al cabo.

No hubo problema mientras aquellos ejemplares permanecieron más o menos discretos en las librerías, visibles para unos pocos entendidos y algún ocasional que, hojeándolo, se dejaba cautivar por alguno de los poemas. A partir del momento en que un popular músico decidió tomarse la libertad de adaptar varios de los poemas del autor misteriosamente desaparecido, fueron muchos los que empezaron a interesarse por poseer una copia de su poemario.

Estaba ya en camino la segunda edición cuando comenzaron a desaparecer de las librerías los pocos ejemplares que quedaban. Una noche al cerrar la tienda estaban en su estante y a la mañana siguiente lo único que había era el hueco, parcialmente ocupado por otros dos libros inclinándose para apoyarse como dos camaradas borrachos que no podían responder a qué había ocurrido durante la noche. Sin señal alguna en los accesos, sin que faltara más nada en todo el local -ni dinero ni otros libros más valiosos-, desaparecieron como lo había hecho Saúl Peurat tiempo atrás.

Podría haberse pensado que todo era una artimaña creada por el avispado editor, si no fuera porque el mismo día que se terminó de imprimir la segunda edición, el almacén de su editorial ardió parcialmente. Un bombero declaró que se había podido salvar casi todo, excepto una partida de libros, que resultaron ser los de Peurat.

Nunca llegó a decir que durante varios minutos intentó sofocar el fuego que consumía aquellos libros creyendo estar en una pesadilla, pues volvían a prender solos una y otra vez hasta que terminaron consumidos.
Nunca reconocerá que consiguió salvar una copia humeante, que la guarda en su casa sin atreverse a abrirla para no contrariar la voluntad de un hombre que decidió desaparecer para que nadie le conociese, que cada día piensa si ese hombre no sería el mismísimo diablo.