Relato: ‘Hasta que la nicotina…”
Este fin de semana encontré este relato que había escrito como en el año 2000 o así y no había vuelto a saber de él, porque el papel donde lo imprimí se coló por la parte trasera del escritorio. Así pues, celebremos el reencuentro con su publicación:
HASTA QUE LA NICOTINA NOS SEPARE
“O yo o el tabaco, pero los dos no; piénsalo”.
Nunca le pareció bien que fumase tanto, incluso a veces teníamos discusiones por ello, pero creo que lo que le motivó a declarar semejante ultimatum fue el hecho de que el último cigarrillo del dia prendiese fuego a sus preciadas sábanas de seda.
El caso es que me dio a elegir entre el matrimonio o el tabaco, y sé que me va a ser muy difícil aprender a vivir sin él, pero parece que tendré que irme acostumbrando.
Por lo de pronto, voy diciéndoselo a todo el mundo, porque sé que así después me será más difícil dar marcha atrás a mi decisión.
Al llegar al trabajo el jefe me ha llamado a su despacho para comentarme unos asuntos de cara a la reunión del jueves, y ya de paso he aprovechado para cometarle mi determinación, pues es uno de esos jefes cotillas que quieren estar siempre informados de lo que ocurre en las vidas de sus empleados. Además, estoy seguro de que le encantará saberlo, porque siempre me estaba diciendo que la dependencia que tenía de él no era nada buena. Me ha recomendado que compre unos caramelos, “cómpreselos, a buen seguro que le harán un poco más llevadera la situación”.
Voy camino a casa. Es un poco más temprano de lo habitual, porque el jefe ha decidido que había que darme un ratito de respiro para celebrar “que se deshace usted de tan malsana ligadura”. Ya de paso, aprovecho para detenerme en una tienda de golosinas y salgo con dosmil pesetas menos en el bolsillo y dos bolsas que contienen pipas de girasol, maíz frito, dos docenas de chupa-chups, chicles de fresa, menta, clorofila, hierbabuena (¿cuál es la diferencia entre la menta, la clorofila y la hierbabuena?), regaliz, gominolas con forma de fresa, con forma de dedo, con forma de cerdito, caramelos rellenos de chicle, chicles rellenos de caramelo… Creo que la dependienta me ha mirado un poco raro mientras metía todo en bolsas. A lo mejor me he pasado.
Llego a casa. Al fin. Tanto peso me estaba destrozando los brazos. A lo mejor me viene bien apuntarme a un gimnasio.
Mi hijo Jorge sale a recibirme. Hola Jorge…¿qué tal el cole? ¡ Bien…!…anda, cuántos caramelos!! ¡Tú nunca me compras dulces!. Me asalta la voz de mi jefe “lo mejor es hacerlo sin rodeos”. Tiene razón. Sin rodeos. “Ya hijo, pero es que tengo que decirte una cosa”.
Tu padre y yo nos vamos a separar.