Recuperando relatos (II): los que faltaban

Los restantes de entre los regresados.  Son malos, pero ahí estaban:

Piedras
Tiró una piedra al agua para ver cómo las ondas que creaba a su alrededor se iban haciendo cada vez menos perceptibles.  Una onda, dos, tres, cuatro círculos concéntricos, cinco y de repente nada.  Mientras escogía una nueva piedra, una mayor, miró a su alrededor y sintió la necesidad de saber cuántas habría en las orillas del lago.  Muchas.  Muchísimas. Y la lanzó con toda su fuerza al centro del lago.  Al contrario que las anteriores, esta rompió contra el agua con un considerable estruendo, salpicando y dejando tras de sí un cerco de espuma que duró aun menos que las pequeñas olas que la siguieron.

En cuanto la superficie volvió a la calma, comenzó a buscar de nuevo.  Ahora un canto rodado pequeñito entre aquella inmensa cantidad de piedras. Millones.  No, muchas más.  Cientos de millones.  Todo el perímetro del lago estaba cubierto de ellas: grandes, medianas, pequeñas y minúsculas.  Aunque apartase unas cuantas no llegaba a ver la tierra, porque bajo ellas había más.

Seis mil. Seis mil millones de piedras. Intentando precisar sus cálculos llegó de repente a esa cifra y sintió como si las hubiese contado todas.  Miró la que acababa de recoger, pulida por el agua.  La sostuvo en la palma de su mano y la acarició con el pulgar.  Se la guardó en el bolsillo y se marchó de allí llorando.

22 de mayo de 2007

ORTOGRAFÍA

            La chica alta de la bandolera cruzada lleva ya un buen rato esperando.  Se sienta sobre la  esquina del pedestal de la estatua y luego se vuelve a poner de pie.  Mira alrededor para intentar adivinar si alguna de las personas que se acercan pudiera ser él.  Su reloj marca las ocho y veinticinco, así que lleva ya media hora esperando.  Le dará cinco minutos más y si no aparece se irá a su casa a preguntarse por qué la habrá dejado plantada. Que le dén.

            El chico de pelo negro y pantalones vaqueros sabe que ha llegado seis minutos después de las ocho, pero cree que es imposible que ella se haya cansado de esperar tan pronto.  No hay ninguna chica con una bandolera cerca de la estatua de bronce y tras haber esperado unos minutos decide no perder más tiempo e irse a hacer otra cosa más util que estar allí solo.

            Mientras el chico de los pantalones vaqueros deja atrás el homenaje de bronce a ese jugador de baloncesto suenan las ocho y media en el reloj de la plaza y la chica de la bandolera recorre con la vista el entorno de la estatua por última vez antes de marcharse dejando atrás el gran Cristo de metal.  Ambos están seguros de haber quedado a las ocho “junto a la estatua del altísimo”.
Abril de 2007

 

 

Contradicción

Poco antes de aparecer muerto junto a su primera novela de amor, alguien le preguntó por qué siempre escribía sobre la muerte. Él contestó “para conjurarla”.

 

Perfeccionismo

Terminó de escribir la que sería su última carta y estampó con medida violencia una firma al fondo del papel.  Dejó la pluma junto al reluciente arma con que hacía tiempo pensaba en quitarse la vida,  y tomó el folio manuscrito con una letra impoluta. Pensó que no era una mala nota de suicidio, tal vez incluso una buena despedida y, sosteniéndola en una mano, la repasó para confirmar que no se le olvidaba ningún motivo ni argumento. 

Cogió el revolver, lo examinó entre sus manos y luego dobló con cuidado la carta en cuatro pedazos, la metió en un sobre y la guardó en un cajón hasta que encontrase la persona adecuada para dejársela.