Impía

Llueve con fuerza y la temperatura ha bajado desde que se hizo noche cerrada. Hace rato que las gotas han empezado a escurrir desde el pelo por su cara en regueros que la contornean y se precipitan desde su barbilla. Siente el agua deslizándose en torno a sus ojos y por las esquinas de su nariz mientras camina con la ropa empapada ya, de forma que aunque hubiese alguien por la calle a semejantes horas bajo el aguacero, nadie podría decir si llora o no.

El frío también le anestesia, y aunque a cada paso sus fuerzas menguan, continúa decidido en la misma dirección. Buscando el descanso. Escapando. Mojándose. Secando.

Cuando le encuentren, nadie podrá seguir el origen de sus pasos de vuelta hasta el lugar donde empezó a mojarse por fuera y a secarse por dentro. La lluvia, impía, habrá lavado la sangre que fue perdiendo por el camino.

Habrá borrado toda su huella en el mundo.