Fijación

Un hombre come con la mirada perdida en la pantalla de un ordenador, ajeno a lo que sucede a su alrededor.
Tiene en el plato una sopa, de la que se lleva a cada rato una cucharada hacia la boca de forma despreocupada -aunque de alguna forma, inexplicablemente precisa- con la mano izquierda.


Conocer si es zurdo o diestro nos permitiría intuir cuál de las dos cosas le importan más, si la cena o lo que escribe con la derecha en el teclado del ordenador portátil también deteniéndose a cada poco, momentos en los que no deja de mirar el monitor pero parece que lo hace con otro gesto, la cabeza levemente ladeada y los ojos aun más perdidos en el fondo de la pantalla, como si quisiera atisbar una silueta al otro lado o si en lugar de unas burdas teclas de plástico manejase un pincel y revisase cade trazo sobre el lienzo para luego corregirlo, oscurecer un tono, perfilar un esbozo que tal vez no le convenza.

Parece cansado. Tiene los ojos hinchados y cuando suelta la mano derecha del teclado para pellizcar una miga de pan con la vista fija en el aparato, se nota en su parpadeo que le pican. Lleva el pelo alborotado y un mohín de disgusto, o puede que decepción, asoma a su rostro a veces coincidiendo con los momentos en que sus dos manos están libres.

Desganado, acaba por dejar la cuchara descansar en el plato y lleva también la mano izquierda al teclado, en lo que parece un intento de buscar apoyo. Pero ambas manos permanecen inmóviles sobre las teclas, sin acertar a presionar la tecla correcta. Continua con la mirada perdida, como hipnotizado por la luz brillante que surge del ordenador y, efectivamente, poco a poco sus párpados y el resto de sus músculos se van relajando.

No es de súbito y con un gran estruendo sino lentamente, tal que si se recostase sobre una mullida almohada, como su cabeza acaba encajada de lleno dentro del plato de sopa tibia.
Cuando despierte con la cara llena de fideos se preguntará quién ha escrito esa historia tan absurda.