Fase REM

Volvió a cruzársela a las 8 menos 7 minutos.

Como el día anterior. Al igual que cada domingo a las once y cuarto cuando salía al quiosco.
No le importaba, porque ello le permitía volver a verla una vez más. La veía acercarse unos metros más allá y levantaba la vista como si al día siguiente no fuese a verla más, como si quisiese contar cuántas vetas había en aquellos ojos marrones. Se cruzaban, y el olor de su pelo todavía húmedo lo impregnaba todo durante unos instantes.

¿Dónde lo había olido antes?. A veces tenía la impresión de que ella le miraba, también pensativa. Tal vez se había dado cuenta de que se cruzaban todos los días a la misma hora en el mismo lugar. A veces creía ver que se le escapaba entre los labios una pequeña sonrisa. Entonces, él miraba al suelo fingiéndose distraído y sólo alzaba la mirada cuando la distancia entre ambos volvía a aumentar.

Ahí terminaba su encuentro de cada día. Nunca volvía la cabeza porque le daba miedo. No era su espalda, sino su cara. Temía que por una de esas casualidades, ella hiciese lo mismo y le viese intentando escudriñar dónde había visto esa mujer antes.

Por la noche, como cada una desde hacía más de tres años, se miraron, hablaron, se abrazaron y decidieron que tenían que pasar más tiempo juntos para mejorar su relación.
Pero cuando algo antes de las 7 de la mañana, como todos los días, en sus casas sonó el despertador, ninguno de los dos fue capaz de recordarlo. A las 8 menos 7 minutos volvieron a cruzarse dos viejos desconocidos.