Condena

Cinco años han pasado. No acierta a saber si es mucho tiempo o poco, pero ha transcurrido lento. Paula recuerda un tiempo en que los días le parecían cortos, luces huidizas que pasaban por su lado acariciando su suerte porque él estaba a su lado.

Mirando al techo fijamente, regresa a aquellos días reviviendo las promesas rotas, las mentiras amparadas, las faltas perdonadas, el amor derramado y nunca recogido, las lágrimas huérfanas de explicación, la sensación de que las luces se escapaban veloces después de haberla deslumbrado y el intento de apagarlas.

En medio de la penumbra se ha acostumbrado a distinguir su propio brillo y, aunque no se lo dirá a nadie, está segura que crece día a día. Incluso ha comenzado a apreciarlo bajo el más implacable sol cuando sale a pasear por el patio.

Si todo va bien, piensa, para cuando hayan pasado otros cinco años y empiece de nuevo no necesitará nada más que su propio fulgor. Mientras tanto, agradece que el tiempo pase lento en esta cárcel.