Cerremos la trilogía

Creo que después de haber compartido con vosotros los relatos ‘Agua’ y
‘Fuego’, era de justicia que os dejase tambi?n el que cierra la ‘trilogía’. Un saludo y mucha felicidad para todos.

TIERRA

El único día que se concedía de descanso era el domingo. Se levantaba temprano, preparaba un breve desayuno y tras limpiar sus uñas a conciencia como si Dios no quisiera saber nada de quienes trabajaban la tierra, se ponía la única ropa que tenía nombre de día de la semana y caminaba hasta la ermita donde un cura decía misa a toda prisa para poder llegar a su siguiente parada.

El sol de primera hora de la mañana en invierno, el vendaval de septiembre, las heladas y el agua habían dejado en su piel un aspecto gastado al tiempo que cercano y acogedor, como ese sillón desvencijado por el que todo el mundo se pelea. Mientras cavaba y arrancaba malas hierbas había ido viendo cómo la vida se escapaba del pueblo. Algunos habían marchado buscando otra vida mejor lejos de allí sin saber siquiera si existía, y otros muchos la habían encontrado en los últimos años sin buscarla ni pedirla y hasta sin tan siquiera creer en ella.

Un domingo de marzo a primera hora vio cómo cientos de pájaros nublaban el cielo volando hacia el norte. Se perdían tras el monte y dejaban atrás el valle. Cuando dejaron de pasar las bandadas de estorninos y gorriones, se puso a cavar con tristeza.

El cura esperó un buen rato antes de suponer que el único fiel que en los últimos meses había tenido ya no volvería e irse a decir misa a otra parte. En el pueblo ya solo quedó un hombre que se concentraba en lo que le quedaba, de lunes a domingo.