Historias cotidianas: hastío (o las cosas importantes)

A E. cada día le veo más apagado. Paso de cuando en cuando por la empresa donde trabaja y, aunque pocas veces es a él a quien voy a visitar, casi siempre me tropiezo con él y en cada ocasión me parece que su ánimo ha bajado otro pequeño escalón.
Cuando pronuncio su nombre para saludarle, detecto el cambio de su expresión de ausente a preocupado. Supongo que intuye algún problema nuevo -¡otro más!-. Y cuando a continuación alejo la ‘amenaza’ con un sincero interés: “¿cómo lo llevas?”, él, siempre amable, me responde con su expresión y sonrisa melancólica que ha tenido días mejores. Las palabras no las escucho, tal vez mientan; es de esperar en un mundo donde la tristeza es de débiles. Y ser débil es malo, has de ser fuerte, dicen.

Si la jornada se alarga, la oficina se va quedando vacía y, cuando yo me voy, me acerco a su despacho a saludarle y tal vez intercambiamos algunas palabras. En el armario que hay a su lado, cuelga una foto de una niña que juega con un perro y ríe divertida y despreocupada hasta el punto de que consigue de algún modo transmitir parte de esa actitud cuando la miras. Al lado, la misma niña en la fotocopia de una noticia de un periódico. Ha ganado un premio.

Le digo “deja algo para mañana, que eres el último” y él me responde “siempre, en todo”.
Mientras conduzco camino a casa pienso que me gustaría invitarle a una caña y explicarle que no debe dejar escapar las cosas importantes, que no debe callarse por no incomodar, ni hacer siempre lo que todos esperan, que se sienta orgulloso de ser Él, y luego pienso en qué clase de autoridad me asiste para semejante cosa.

Cuando llego a casa, me siento en el escritorio y me quedo mirando fijamente el poster que colgué en la pared. Sobre un fondo de color, grandes letras que ponen “YOU ARE NOT THE SAME”.

Siempre me ha parecido curioso que en inglés se use el mismo pronombre para la segunda persona del singular y del plural…