Historias cotidianas: en otro tiempo en otro lugar

Salgo a dar un paseo por el centro a esa hora en que el buen tiempo y los días largos hacen posible que se crucen por la calle quienes cierran sus comercios -alguno quizás pensando cuántas veces más podrá abrirlo-, los que cargan a sus destartaladas furgonetas el papel que pueden encontrar en los contenedores azules, adolescentes con sus botellas en bolsas de plástico y quienes salen a disfrutar de la temperatura más agradable haciendo deporte, compartiendo paseo con su perro o mirando la vida pasar en una terraza.

Se escucha música a lo lejos. Apagada primero pero más clara y detallada a cada paso en cuanto enfilo la calle Doctor Casal donde un hombre extiende sobre una tela copias de los últimos estrenos de cine colocando la mercancía de forma cuidadosa y paciente a pesar de que seguramente, cual Sísifo moderno, pronto se verá obligado a recomenzar.
Van pasando escaparates a mis lados -perfumerías y tiendas de ropa-, me cruzo algunas personas con bolsas del centro comercial cercano, un niño llora, alguien reparte publicidad y dos mujeres se saludan con desgana mientras me acerco cada vez más a la música.

Un poco más abajo de la iglesia de San Juan el Real un acordeonista interpreta una pieza de sabor melancólico. Con la piel envejecida por el sol, mirando a los paseantes con una profesional sonrisa (“que tenga un buen día”, parece querer decir) y otro viejo acordeón -aparte del que toca ahora- descansando junto a su asiento, la melodía que toca me resulta extrañamente familiar aunque no logro identificarla.

Sin embargo, me eriza el vello y repentinamente toda la calle parece haberse convertido en otra. De pronto, emborrachado por las notas, recuerdo con todo detalle haber escuchado esa canción en una ciudad donde nunca he estado.