Fragmentos (B.5)
El hechizo había terminado. Así de simple y así de complejo. En algún momento había perdido la pasión y dejado de encontrar sentido a algo que él mismo había convertido en parte de su vida. Aunque después de aquella frase su discurso se volviese un tanto alborotado y desordenado, lo relevante ya estaba dicho con aquellas cinco primeras palabras. Podía uno entenderlas del todo o no, pero desde luego no podía ser ajeno a ellas y cualquiera que hubiese escuchado o visto hablar de fotografía a Alejandro diez años antes percibiría el drástico vuelco de la fascinación al desencanto que evidenciaban los gestos y las palabras.
“¿Sabes?” –me dijo en un momento- “Yo antes disfrutaba tomando fotografías. Poco importaba si era una ciencia o un arte, solo que era algo real, un instante detenido y atrapado al olvido. Pero todo es mentira. La fotografía no es más que luz que representa objetos, una ilusión que nos hace creer que algo es real.”
“Mira”, dijo, y se levantó de repente de un salto. Cruzamos el salón y corrió la puerta de la cocina en el sentido contrario al que yo lo había hecho poco antes, dejando a la vista otro cuarto que en su momento debió de servir de habitación pero que ahora cumplía la función de estudio. En el extremo opuesto a la entrada había una ventana estrecha pero inusualmente alta y presidiendo toda la estancia una mesa de trabajo descomunal en madera que a la fuerza tenía que haber sido montada dentro de la sala porque aunque tal vez hubiese cabido por la puerta corredera, desde luego no lo habría hecho por la principal ni tampoco por los balcones. A un lado de la mesa una pantalla de ordenador también de gran tamaño y en el centro una zona despejada. El resto lo ocupaban fotografías de diferentes tamaños, algunos libros, carpetillas que -como habría de descubrir luego- contenían más fotografías, varios cuadernos y unas curiosas tarjetas de cartulina blanca rayadas con unas discretas líneas rosa que tenían aproximadamente el mismo formato y tamaño que una fotografía normal salvo por un saliente en su parte superior que, según la versión, se situaba más a la izquierda o a la derecha de la tarjeta. Su diseño indicaba que estaban pensadas para catalogar fotografías, pero algunas de ellas recogían números de teléfono o direcciones, así que Alejandro había dado en usarlas como si fuesen un taco de notas.
Al fondo a la derecha se alzaba una portezuela entreabierta a un cuartucho oscuro sobre la que se había instalado una lamparita que llevaba una leyenda de letras rojas con la palabra ‘BUSY’.
Haciendo un gesto hacia aquel vestidor reciclado, pregunté a Alejandro “¿Oye, cuánto tiempo llevas viviendo aquí?”
– Unos cinco meses. Lo dices por el cuarto de revelado, ¿verdad?. Ya estaba ahí cuando yo llegué. El anterior inquilino era fotógrafo y decidió convertir el único hueco sin luz natural de la casa en un aprovechado cuarto oscuro. Un tipo peculiar, ese Frank, muy peculiar y un tanto paradójico.
Por un momento pareció olvidar que me había arrastrado a su estudio para enseñarme algo e incluso su gesto preocupado pareció relajarse mientras contaba historias del tal Frank.
“Esa luz que ves en la puerta la mandó instalar de forma que sólo se iluminase al accionar desde dentro el interruptor que enciende también la luz inactínica, pero solo en caso de que la puerta esté cerrada, ya que al abrirla se apaga. Luego le dijo al electricista que si quería que le pagase esa parte de la instalación tenía que demostrarle que funcionaba.”
– ¿Y funciona? – pregunté yo.
– Pues no lo sé, uno solo no lo puede comprobar- dijo, y como un resorte se metió en el cuarto y cerró la puerta. – ¿Qué, se enciende?- su voz saliendo de allí adentro sonaba hueca y apagada
– No, sigue igual.
– Me temo que debe de estar fundida- comentó mientras salía de entre la negrura del cuarto entrecerrando los ojos para acostumbrarlos de nuevo a la luminosidad del estudio.
Yo, que continuaba dando vueltas a la broma del ingenioso fotógrafo checo al electricista creí haber resuelto el enigma y apunté “podía haber sacado una foto”.
– ¿Eh? – fue su respuesta
– Digo que nuestro amigo el electricista podía haber zanjado la disputa sobre la luz proponiendo tomar una foto de la luz encendida. Frank podría haberse encerrado en el cuarto para accionar el interruptor mientras fuera el técnico usaba la cámara para certificar que la lámpara funcionaba. Es más, ni siquiera necesitaba a nadie, el propio Frank podría colocar su cámara sobre un trípode para que apuntase a la puerta, programar el disparador automático y luego encerrarse en el cuarto.Alejandro rompió a reír con energía en unas carcajadas nerviosas y sonoras mientras me miraba fijamente con una expresión de clarividencia que parecía decir que esa misma pregunta ya se la había hecho él mucho tiempo antes y ya había llegado a una conclusión al respecto. Luego solo añadió “¿eso no implicaría que Frank podría estar a la vez a un lado y a otro de esa puerta?”.